Lo que Jim Carrey aprendió de (los errores de) Jerry Lewis

Escrito por el agosto 21, 2017

Ayer murió el cómico, actor, showman, empresario y filántropo Jerry Lewis a los 91 años. Innumerables admiradores y colegas de profesión han despedido al rey de la comedia como alguien de su talla merecía. Sin embargo, un mensaje ha destacado por encima de esta avalancha de homenajes y menciones. Ha sido el de su heredero directo, el actor Jim Carrey.

El reconocimiiento de la deuda del protagonista de La máscara y El show de Truman con su maestro queda contenido en ese «existo porque existió él». Pero eso no es lo más relevante del tuit. No hace falta reparar en su corte de pelo en Dos tontos muy tontos, o conocer las imitaciones de Lewis y las parodias de sus lacrimógenos shows benéficos para comprender que la gestualidad elástica y el humor patoso de Carrey venían de alguna parte. De hecho, cuando coincidieron en el 90 cumpleaños del primero, el segundo se presentó como «el hijo de la mujer con la que te acostaste».

«Ese tonto no era ningún idiota». Es decir, detrás de los chistes, las caídas, las bocas desencajadas, los ojos a punto de salirse de las cuencas y las muletillas contagiosas había una técnica pulida a base de la observación pormenorizada de los mecanismos del humor y del análisis de la psicología humana. Jim, que de niño y adolescente ensayaba muecas imposibles frente al espejo, estudió a Jerry lo suficiente para saber que no sólo no era un idiota, sino que tse trataba de una de las personas más inteligentes del mundo del espectáculo.

Podría haber buscados las evidencias exclusivamente en los éxitos, pero que Jim Carrey interprete soberbiamente a personajes estúpidos no significa tampoco que lo sea. No tendría sentido explicar por qué sus shows en Copacabana con Dean Martin eran lo más divertido que había en EE UU en los 50 o clonar su genio cómico en películas durante décadas; lo intentó Eddie Murphy y, ¿saben qué?, hundió una carrera que parecía a prueba de bombas.

La gran lección que aprendió Jim Carrey de Jerry Lewis vino de sus errores. El hombre que afiló su tupé para convertirse en el detective de mascotas Ace Ventura no ha hecho perder la sonrisa a nadie defendiendo a George W. Bush en las cotas de popularidad más bajas del presidente. «No te metas en política, pierdes toda la gracia», recomendó JFK a Lewis, que le hizo caso durante décadas hasta que lo estropeó todo riendo las gracias en precampaña a otro futuro inquilino de la Casa Blanca, Ronald Reagan. La justificación entonces fue que eran amigos de Hollywood y compadres de Las Vegas, pero queda como un borrón para alguien tan preocupado por la infancia y la sanidad, dos aspectos que Reagan abandonó en favor de carreras especiales y guerras frías. Carrey, que clavó al presidente/actor, ha visitado a los Obama durante su presidencia y se ha codeado también con los Clinton, pero prefiere apoyar a un líder espiritual como el Dalai Lama antes que a un político.

«Es una broma muy elaborada», dijo Martin Short a Howard Stern para explicar unas declaraciones polémicas de Jerry Lewis. «Tanto que quizá tardemos en entenderla». Preguntado por la aparición de más mujeres haciendo comedia, el veterano había dicho que no había ninguna que le hubiese hecho reír, es más, le molestaban. No se refería sólo a las actuales: también incluía a Carol Burnett o Lucille Ball, iconos del humor en EE UU. Lo matizó un año más tarde, pero casi fue peor que escuchar a Jim Carrey explicando lo que piensa de las vacunas. Para haber desafiado tanto los límites de su mandíbula, aparte de esa salida de tono, no se puede decir que Carrey haya dado más motivos para considerarle un bocazas.

Precisamente Martin Short, que en los 80 sacó un tremendo partido a sus imitaciones de Jerry Lewis, radiografió el gran error del cómico: querer pasar por un actor «de verdad». Situándole en una tragedia dirigida por el sueco Ingmar Bergman o en un telefilme dramático inspiracional, Short hizo comedia con los dramáticos esfuerzos de Jerry por ser tomado en serio en El rey de la comedia. «Soy yo haciendo de mí mismo», dijo sobre su papel de cómico cansado y secuestrado en la película de Martin Scorsese. Carrey podría decir algo parecido de alguna de sus películas, quizá El show de Truman, Man on the moon u ¡Olvídate de mí!; la gran diferencia es que en ninguna tuvo que parecer antipático, forzado o con el ríctus tieso para que el público entendiese que era un ser humano. Es más, en todas ellas se permitió sonreír.

Si no ha necesitado reivindicarse como actor de verdad, Carrey tampoco ha incurrido en el gran error de Lewis: tomarse demasiado en serio. Jerry no descansó hasta que encontró en Francia la legitimización intelectual de sus payasadas; que se sepa, Jim no ha pedido a sus agentes que le consigan una portada en Cahiers du Cinema ni un pase especial de su próxima película en Cannes. Por supuesto, tampoco se le ha pasado por la cabeza convertirse en auteur, mucho menos con el argumento agotado del «payaso que llora por dentro». Jerry Lewis lo hizo. A lo grande, con The day the clown cried, la historia de un hombre que se esfuerza por llevar la risa a los campos de concentración nazis que quiso dirigir, escribir, producir y protagonizar y quedó convertida en referencia inevitable de las películas frustradas. La megalomanía de Lewis debió quedar herida al contemplar que décadas más tarde Roberto Benigni SÍ pudo. 

También la forma de aceptar que ya no eran requeridos es significativa. En sus horas más complicadas, cuando se le quitaron las ganas de hacer el tonto y dejaron de llegar las ofertas de trabajo, Jim Carrey ha encontrado algo en lo que ocupar el tiempo. Jerry Lewis, en cambio, nos ha dejado como legado una película pendiente de estreno en España con Nicolas Cage. Como si entendiese que Policías corruptos no era el final que Jerry merecía, Jim ha acudido al rescate con un mensaje que sirve como epitafio y muchas importantes lecciones aprendidas de un maestro. Porque ese tonto no era ningún idiota, de sus errores se puede extraer algo tan valioso como de sus innumerables aciertos.

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