Discos que cumplen veinte años.

Escrito por el noviembre 8, 2017

Prodigy — The Fat of The Land

The Fat of The Land sigue siendo una hostia muy seria en la cara, un tiro a bocajarro en la época de auge de la electrónica del estadio, del big beat que tantos jitazos llevó al terreno de lo mainstream. Entre el hip hop, los breaks y el descaro, The Prodigy edificaron aquí su altar, el que hace que aún hoy, a pesar de la edad y de que ya no suenen con la potencia de antaño, reúnan a miles de fieles a su alrededor. Hits de pura euforia y desenfreno, lógico que reclutaran a una legión de seguidores. Ponerse esto a todo trapo en casa es sentirse extremadamente vivo.

Daft Punk — Homework

Antes de convertirse en ídolos de masas, en un producto de merchandising mundial, hubo un tiempo en que Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo no tenían que proteger su intimidad con cascos robótico. Un trabajo contundente, abrasivo, con cambios de ritmo, con herencias del techno primigenio y con reminiscencias a la escuela de Garnier, algún poso funk, sonidos distorsionados fabulosos y jits que hoy son clásicos irrepetibles de la música electrónica. Por sonido, originalidad y éxito masivo. Todo a la vez. Y con pequeños detalles que ponen los pelos de punta, como el bajo de esto:

µ-Ziq — Lunatic Harness

Su profundidad en las atmósferas, su drum ’n’ bass jugetón, sus paisajes oníricos, sus requiebros IDM… Mike Paradinas es un elemento clave de aquello que se llamó Intelligent Dance Music. Aunque puede no estar en los rankings de los popes (dependiendo de dónde mires), lo es. Este disco alberga joyas melódicas que se incrustan en tu cerebro y otras que prefieren machacarte, haciendo gala de ese más extremo drill ’n’ bass. Un genio ante el que siempre hay que quitarse el sombrero, y un álbum para flipar con auriculares. Un ejemplo de sensibilidad y puro gusto musical.

Plaid — Not for Threes

Entre el downtempo y una IDM más amable, el dúo inglés tiró hacia los lados más suaves, entretenidos, de su movimiento. Breaks, ritmos rotos, y sobre todo, un sentido de la melodía como pocos a la hora de construir canciones que discurrían entre lo colorido y la sofisticición que traía esa etiqueta. Para que luego dijeran que el género era elitista, que probablemente lo fuera por su concepción. Pero aquí Plaid tienen temas con los que domesticar a las bestias y educar musicalmente a los niños pequeños. Inteligencia y clase al servicio de la música.

Fluke — Risotto

En su penúltimo disco, Fluke dejaron constancia de la fiebre del break beat que se había extendido en Inglaterra, con otro disco que como era norma, se centraba en graves, tempos altos y una mezcla con un techno primigenio que sonaba interesante. No fue aquí donde dejaron alguno de sus hits, pero sí sirve para ver en perspectiva cómo ha evolucionado la electrónica desde entonces. Y la adrenalina que lograban descargar Fluke en temas como este.

 

Stars of the Lid — The Ballasted Orchestra

The Ballasted Orchestra no es el mejor disco de Stars of the Lid, aunque tiene bastantes pruebas que demuestran la necesidad de poner en valor, dada su actual parálisis, su calidad. Trataron durante aquella década el drone y el ambient como pocos, jugando con las emociones ajenas magistralmente, como es el caso de la primera pieza de Twin Peaks. Ambientaciones densas y melancólicas, de las que dibujan paisajes otoñales, en blanco y negro, para ponerse sensiblero sin venir a cuento. O para hundirse todavía más en la mierda, porque somos así de masocas. Y porque ellos eran así de buenos (y cabrones).

Squarepusher — Hard Normal Daddy

Hay algunas épocas que me hubiera gustado vivir de cerca, y una de ellas son esos 90s de la estrechez de límites entre la IDM, el drill ’n’ bass o el drum ’n’ bass. Squarepusher publicó en 1997 este segundo álbum en el que demostraba su clase, su orientación hacia lo jazzístico, su inteligencia para jugar con el drum ’n’ bass de una forma polirrítmica, con muchas aristas sonoras que saborear, sin llegar a ese drum ’n’ bass más acelerado que se choca con el jungle. Un fabuloso collage de ritmos coloridos, ambientaciones salpicadas por percusiones sincopadas y ese sublime toque jazz, adelantándose más de una década a gente con la que alucinamos hoy.

Fennesz — Hotel paral.lel

1997 es también el año del debut del austríaco Fennesz, uno de los máximos exponentes entre el glitch y el ambient. Recogiendo el testigo de precursores como Oval, el productor de Viena ya empezaba a demostrar que tenía sobrada calidad para empezar su carrera en la paisana Mego, sello que hoy es una referencia de electrónica internacional. Casa en la que se hospeda y en la que veinte años después, como en su primer LP, sigue demostrando que hay una extraña belleza en ese sonido entrecortado, errático, cuando se mezcla con el ambient como él hace. Y como hizo, hace veinte años, en este notable debut.

Biosphere — Substrata

Dentro del mundo del ambient, Biosphere está en esa segunda línea a pesar de ser un veterano. Sin embargo, en su obra cumbre, Substrata, el compositor noruego juega con él y con grabaciones de la naturaleza de una forma notable. Siguiendo ese hilo conductor de música narcótica, de evasión en la que sentir que tu cuerpo desaparece y se funde con los loops naturales que se desarrollan a lo largo del disco. La simbiosis entre estos y la parte artificial dio como resultado piezas de extraña belleza como ‘Ballerina’. De cara al final del disco soltó esa parte más musculosa y primigenia, tirando de graves.

Portishead — Portishead

Cada uno de los míticos del trip hop bristoliano aportaba algo. En el caso de Portishead, la nívea de Beth Gibbons y su dramatismo y tendencia a la melancolía, sumada a las secciones de viento y la instrumentación de sus compañeros, hacían de Portishead pura elegancia. En este segundo largo no llegaron a la riqueza sonora de su gran debut, aunque seguían instalados en esa mirada vintage de olor francés que tanto éxito les reportó.

Pan Sonic — Kulma

Los finlandeses Pan Sonic, Panasonic entonces, encabezados por el fallecido este año Mika Vainio, empezaron a jugar con esa grieta glitch que se había abierto recientemente. Siguiendo el camino de la experimentación y con trazas más minimalistas, hicieron de ese glitch un terreno áspero en el que jugar con las frecuencias, difuminando los límites del sonido, demostrando que lo extremo y lo considerado musical pueden ser términos subjetivos. Las capas de ruido analógico y esas frecuencias prácticamente líneales crearon escuela gracias en parte a discos como este Kulma.

Mouse on Mars — Autoditacker

Los alemanes Mouse on Mars aportaron ese toque gris, cerebral, sofisticado; en definitiva, germánico, a la IDM. Aunque tampoco estuvieron exentos de melodías más escurridizas y amables, como demuestran en este Autoditacker, con estructuras que recuerdan a esos tamices más coloridos de Paradinas. En cualquier caso, era una IDM bastante más tranquila, centrada en el minimalismo, y rozando el glitch, sin acudir a esas percusiones tan violentas que rompían los ritmos a base de breaks. Aunque con algún ramalazo y sorprendente ramalazo kraut. Cosas de nacer en Alemania.

The Chemical Brothers — Dig Your Own Hole

Block’ Rockin Beats’ se llevó en 1997 el premio a la mejor interpretación de rock en los premios Grammy. ¿Rock? ¿Chemical Brothers? Una muestra del entonces desconocimiento de por dónde iban los tiros ahora que la electrónica llegaba a las masas. O visto de otro modo, cómo la electrónica, y el big beat también podían ser puro rock por actitud. El segundo largo de los hermanos químicos mostraba de nuevo que su debut no había sido un espejismo, estaban aquí para quedarse, y a pesar de que hoy ya no están en la cresta de la ola como aquellos años, escuchar aún cierres tan totémicos como ‘The Private Psychedelic Reel’ pone los pelos como escarpias. Pura psicodelia.


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